Menu

He vivido docenas de veranos en España y, en verano, siempre hacía calor, sobre todo entre mediados de julio y mediados de agosto. Puede que parezca el abuelo Cebolleta, pero recuerdo haber trabajado en un estudio de radio, cuya única manera de refrescarse era un ventilador, que había que apagar cuando se abría el micrófono, para evitar el ruido de las aspas. Sin embargo, cuando se alcanzaban los 40 grados a la sombra, y más, nadie se asombraba, ni apenas se comentaba. Era el verano. Me contaba Fernando Sánchez Dragó que, en Japón, te pones a hablar con alguien del excesivo calor en verano o del excesivo frío en invierno, y te miran como si hubieras cometido la grosería de hablar del estado de tus almorranas, o del aspecto de tus heces.
A mí lo que me asombra en estas fechas, no es que haga calor, sino que se hable tanto del calor. Me parece tan obvio como si nos pasáramos parte de la jornada comentando la poca luz natural que hay por la noche y lo brillante que es el sol por el día. Y ya, cuando sale cualquiera por la radio o la tele, diciendo que no se debe correr a las tres de la tarde o que hay que beber agua para hidratarse, tengo la molesta duda de si nos habremos vuelto, casi todos, niños ignorantes o tontos de termómetro. Recuerdo aquellos veranos sin nevera, sin frigorífico, sin aire acondicionado… y nadie perdía el tiempo hablando de la enorme obviedad de que en verano hace calor.