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En los últimos años se han producido avances esperanzadores en el tratamiento del alzhéimer, con el desarrollo de, hasta ahora, tres anticuerpos monoclonales –lecanemab, aducanumab y donanemab– que, aunque con incertidumbres, parecen enlentecer la progresión del alzhéimer, especialmente cuando se emplean desde las primeras fases de la enfermedad.

Hasta la fecha, el tratamiento del alzhéimer se ha fundamentado en el empleo de determinados fármacos –como es el caso de donepezilo, rivastigmina y galantamina– que contribuyen a paliar una menor producción de acetilcolina, una sustancia cuyo déficit se relaciona con los aspectos patológicos del alzhéimer. Y al empleo de otros fármacos como la memantina, que alivian los efectos tóxicos de una excesiva producción de glutamato, también característica del alzhéimer.

Fármacos que pueden retrasar levemente o producir una ligera mejoría en el deterioro cognitivo asociado al alzhéimer, pero que no modifican el curso de la enfermedad, y que continúa produciendo una alteración progresiva de la funcionalidad del paciente.

Por ello, la peculiaridad de estos nuevos medicamentos, estos anticuerpos monoclonales, radica en que se dirigen de manera específica al origen y desarrollo del alzhéimer: a la formación de placas de beta-amiloide en el cerebro.

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