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El estudio de la Universidad de Columbia ratifica, científicamente, lo que ya intuíamos desde siempre: nuestros muertos, nuestros seres queridos, cuando se van paran siempre, acortan nuestra vida.
Desde el punto de vista de la salud no puede considerarse una buena noticia, pero desde un aspecto más amplio sobre las características del ser humano, viene a confirmarnos que somos seres racionales, con inteligencia, pero también seres emocionales, y esa circunstancia siempre nos alejará de los robots, con los cuales nuestros nietos van a convivir.
Cuando he leído el resultado del estudio de la Universidad de Columbia, me he acordado de unos tíos. Eran mayores y yo un niño. Mi tío Manolo estaba fuerte y sano. Mi tía Gloria, con bastantes alifafes y delicada. Murió ella primero, pero a la semana siguiente, aquél hombre fuerte y sin problemas de salud, se marchó también en pos de la huella de su esposa.
Y es que vivir es sentir. Y sentir acorta la vida. Pero una vida larguísima y sin sentimientos, no creo que sea la meta de nadie.