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En las residencias geriátricas no encontrarán nunca a un residente de la etnia gitana, porque su cultura y sus tradiciones les impiden el desarraigo de los abuelos. Los payos parece que somos más pragmáticos y, lo que comenzó siendo una excepción, hoy se ha convertido en normalidad. En España hay más de 5.000 residencias en las que se albergan más de medio millón de abuelos. Mi admiración hacia quienes trabajan en ellas no ha disminuido, y he sido testigo, no sólo de la higiene y la profesionalidad de médicos, enfermeros, cuidadores y auxiliares, sino del afecto, que es algo que no se exige y que constituye un gran valor.
Por eso mismo, cuando salta a los medios una residencia, donde las condiciones de vida saludable son menores que las que imaginamos en un campo de concentración, salta la alarma. Y reclamamos inspecciones, no porque no admiremos a quienes trabajan en esas residencias, sino para preservar su reconocimiento, y neutralizar a esos estafadores de abuelos.