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José Antonio es enfermero del Centro San Juan de Dios, de Ciempozuelos (Madrid), con funciones de coordinador de tarde:

"Al principio parecía un mes de marzo tranquilo y ya escuchábamos algo de que se acercaba el COVID-19. Fueron días un poco oscuros y grises porque no sabíamos lo que venía. Aquí solemos celebrar la festividad de San Juan de Dios el 8 de marzo, pero se decidió cerrar el centro a partir del 5 de marzo. Ahí fue el comienzo de nuestra historia COVID.

Teníamos la complejidad añadida de que son pacientes crónicos, que llevan mucho tiempo institucionalizados y con patologías que están divididas en el área de salud o mental o pacientes con discapacidad intelectual con trastorno de conducta.

El principio no fue fácil, sobre todo a la hora de comunicárselo a los pacientes porque muchos no tenían la habilidad ni el conocimiento como para saber por qué se tomaban esas determinaciones. Como fuimos de los primeros centros en cerrar, que creo que fue una de las medidas más acertadas, ni ellos ni las familias lo entendían.

Había mucha incertidumbre y, por eso, intentábamos transmitir la mayor tranquilidad posible, adaptándonos a las capacidades de cada paciente. Muchos lo entendían y a otros les costaba más y había que contarlo, adaptándolo a sus capacidades. Muchas veces pensaban que era un castigo, pero teníamos que hacerles entender que no, que era algo que estaba sucediendo en toda España.

Se hizo un trabajo espectacular, no cambiaría nada. Sí que es verdad que siempre se ha hablado de los sanitarios, y estoy de acuerdo, pero también habría que reconocer la labor de nuestras familias, que nos daban tranquilidad, ánimo y los abrazos que necesitábamos para seguir. No teníamos sábados, no teníamos domingos, era la misma dinámica todos los días, objetivos a corto plazo donde el reto era sobrevivir y que los pacientes no enfermasen".

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